En Suecia, ya hay tiendas donde los alimentos (desde cereales a un filete) están etiquetados indicando los kilos de dióxido de carbono que se emiten en su producción. También hay restaurantes que en los menús han indicado la huella de carbono de cada plato. De esta forma, cuando una persona va a un restaurante sabe que si pide una hamburguesa maxi de vacuno, su elaboración ha supuesto la emisión de 1,7 kg de CO2, mientras que si pide un sándwich de pollo, las emisiones generadas habrían sido solo de 400 gr.
El pasado año, la Agencia sueca de Seguridad de los Alimentos recibió el mandato de su gobierno de elaborar una nueva guía de recomendaciones de alimentación en el que se diera igual peso a la salud como al clima. La Agencia se ha encontrado con grandes dificultades debido a que nutrición y medio ambiente son cosas distintas.
De esta forma, como verduras recomiendan zanahorias en lugar de pepinos o tomates, no porque las primeras sean nutricionalmente mejores sino porque los pepinos y tomates tienen que producirse en invernaderos, consumiendo energía. Paralelamente, no pueden recomendar comer más pescado, a pesar de lo nutritivos que resultan, debido a que los stocks están vacíos. Menos problema han tenido en recomendar carne de pollo y legumbres en lugar de carne de vacuno.
Los expertos consideran que si se cumplieran los requisitos de la guía, Suecia podría reducir las emisiones de CO2 procedentes de la alimentación en un 25-50%. En los países industrializados, un 25% de las emisiones proceden de los alimentos.
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